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Se cuenta que cuando el mundo era aún muy joven, se
encomendó a las tribus de las Estepas del Norte una responsabilidad sagrada.
En lo más profundo del gran monte Arreat, se halla una fuente de inmenso
poder, crucial para el bienestar de toda la humanidad. Las tribus actuaban como
guardianes de esa fuente y su estilo de vida gira alrededor de este deber sagrado.
Envuelto en un halo de misterio y tradición,
este pueblo se refiere a sí mismo como los Hijos de
Bul-Kathos, el gran rey de la antigüedad. Para proteger
sus tierras de las fuerzas exteriores, llevan un estilo de vida
nómada y se trasladan frecuentemente dentro de los confines
de las estepas, manteniendo pocos asentamientos permanentes. Al
aislarse del mundo que se encuentra más allá de sus
territorios, evitan el uso de magia y maquinaria compleja, puesto
que creen que esas cosas sólo pueden debilitar la resolución
desarrollada a lo largo de muchos años.
Los Hijos de Bul-Kathos han desarrollado un vínculo
muy estrecho con la tierra, y han aprendido a aprovechar las materias
primas de la naturaleza para mejorar su propia habilidad física
sustancial. Por ello, y por su independencia de los atavíos
del mundo exterior, los Reinos del Oeste se han referido históricamente
a estas tribus como bárbaros, un calificativo
que contradice la rica historia cultural y espiritual que este pueblo
posee en realidad. Aunque algunos comercian con este curioso pueblo,
sólo lo hacen a lo largo de las fronteras más alejadas
de sus tierras. Están prohibidas todas las intrusiones al
territorio alrededor del monte Arreat y los guerreros de las tribus
del norte están siempre preparados para reprimirlas. Cualquier
intento de conquista se ha encontrado siempre con una resistencia
feroz y decidida.
Un relato de las escaramuzas cuenta cómo
hordas de bárbaros aparecieron furtivamente donde tan sólo
un instante antes no había nadie. Los bárbaros llevaban
el cuerpo pintado con extraños dibujos y aullaban como los
fieros vientos de las montañas al mismo tiempo que descendían
sobre los invasores. La mitad del ejercito trasgresor tiró
al momento sus armas y huyó despavorido. La otra mitad sufrió
la ofensiva de los norteños, ofensiva cargada de un ímpetu
que ninguno de los invasores curtidos por la guerra había
presenciado jamás. No se pidió clemencia. Tampoco
se tuvo compasión. Sin embargo, al final, cuando los extranjeros
tocaron retirada, los bárbaros no fueron a su caza... al
menos nadie vio que lo hicieran.
Resulta curioso que hace poco, desde que se difundieron
las noticias del resurgimiento de Diablo, un reducido número
de guerreros bárbaros ha sido visto errando fuera de los
confines de las Estepas, preparados para la guerra y en busca de
noticias sobre los Males Fundamentales.
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